Pensando el futuro

1. Estoy segura de que muchos de ustedes habrán pensado que resulta sorprendente (por no decir chocante) que una octogenaria elija “pensar el futuro” como tema de una charla. Y es verdad que resultaría irónico si hablara en primera persona; si quisiera referirme a “mi” futuro, necesariamente breve y predeterminado. Sin duda, hacerlo resultaría impropio, cuando además personalmente me siento por momentos muy cerca de Fernando ARAMBURU cuando, al despedirse de la contraportada que durante años ha escrito en El País, decía que abrigaba “la sospecha de que poco a poco me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla, añadía, y que mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán”.

Pese a todo, me resisto a cerrar ese paraguas simbólico y modestamente, sin publicitarlo, seguiré opinando porque espero seguir teniendo la capacidad de pensar.

Pero en cualquier caso, mi reflexión de hoy no va de eso. Como apuntaba, ni se trata de mi futuro, ni soy yo la llamada a pensarlo.

Muy al contrario, lo que intento con este ambicioso título es llamar la atención sobre la necesidad de que nos detengamos a pensar sobre el futuro que queremos, sobre la sociedad queremos que sea la de nuestros hijos y nuestros nietos. Y lo planteo aquí y ahora, aprovechando el honor que me han hecho los dirigentes de la Sociedad Fabiana al pedirme que pronuncie esta primera conferencia inaugural, porque creo que responde de manera precisa a lo que, desde ella, queremos hacer.

En efecto, para mí, el objetivo último del movimiento cívico que hoy presentamos bajo el nombre de Sociedad Fabiana Española pretende justamente eso: pensar y contribuir a que otros piensen sobre el futuro, sobre la sociedad del mañana que, posiblemente, no coincidirá con la sociedad que otros nos están construyendo, más o menos solapadamente, por la vía de los hechos, con la ayuda inestimable de las redes sociales, fuentes prácticamente inagotables de información y desinformación.

No seré yo (sería demasiado pretencioso) quien se atreva a trazar las líneas maestras de tal reflexión. Esa ha de ser una tarea colectiva en la que cobrará especial relevancia la voz de los más jóvenes, de los que van a vivir durante más tiempo ese futuro.

No obstante, permítanme que, desde la larga experiencia que me dan los años, les ponga en guardia frente a los “adanismos” que inexorablemente nos acechan. Es cierto que todos, cada uno de nosotros, vive su vida como si fuera un fenómeno insólito, “a estrenar”. Ahí está gran parte de su belleza, pero no podemos, no debemos olvidar que nuestra vida se desarrolla sobre las experiencias de las generaciones precedentes. Así la relación entre pasado, presente y futuro es un complejo entramado que hay que intentar comprender.  Es este contexto, cobran toda su vigencia las palabras del viejo profesor Maravall cuando escribía que “la Historia nos construye el presente en que estamos merced a la ordenación y articulación lógica que lleva a cabo en el pasado que somos. Somos el pasado, subrayaba, en la medida en nos levantamos sobre el sedimento de formas de vida que se han quedado detrás de nosotros, de formas culturales que otros hombres han ido ensayando, y al nivel de las cuales se encuentra cada presente. Somos todo eso porque sobre ellos y desde ellos vivimos. Por eso, existir es para el hombre existir sobre el nivel del tiempo”.

Soy consciente de que las ideas, tan bellamente expuestas, sobre nuestra existencia como un eslabón en el continuo devenir de la Humanidad, pueden sonar estrafalarias en un mundo presidido por la inmediatez del ahora, pero no prescindamos de su enseñanza más directa e inmediata: Hay que mirar al pasado si queremos comprender lo que somos; y hay que mirarlo, también, para no repetir los errores cometidos.

Simplificando mucho entiendo que cualquier intento de “pensar el futuro” ha de hacerse desde el presente que, a su vez, solo cobra todo su sentido como decantación de pasados, más o menos cercanos.

Ciertamente, la experiencia no puede ser la panacea para resolver problemas que, en muchos casos, se gestaron o no se resolvieron mientras se adquiría esa propia experiencia. Pero ignorarla conduce tanto a repetir errores e intentos fallidos, como a desconocer las lecciones positivas que encierra.

Tras este excurso, que me parecía indispensable, volvamos al motivo que nos reúne: la presentación de la Sociedad Fabiana española.

2. La primigenia Sociedad Fabiana, de la que todas las demás han tomado el nombre, se constituyó en enero de 1884 en Londres, con el propósito de avanzar en la aplicación de los principios del socialismo mediante reformas graduales.

La elección del nombre ya nos dice mucho de la ideología que inspiraba a los impulsores de esta iniciativa. El nombre de la sociedad alude a Quinto Fabio Máximo, el general romano que resultó esencial para la victoria final de Roma en las guerras púnicas. Tras varias derrotas romanas en enfrentamientos directos con el ejército cartaginés de Anibal, Fabio consiguió desgastarlo utilizando tácticas de enfrentamiento y guerrilla, básicamente, cortándoles las vías de aprovisionamiento. En este sentido, podríamos decir que fue el creador de la guerra de desgaste, como táctica de combate.

A su imagen, los fabianos van a intentar una vía también lenta para transformar la sociedad: pretenderán convencer antes que vencer. Las propuestas de sus miembros (entre los que yo destacaría a George Bernard Shaw H.G. Wells), estaban lejos de ser revolucionarias. Creían firmemente que el camino a seguir para alcanzar las metas sociales que propugnaban era el de la evolución de las instituciones existentes, no el de la ruptura. Con un enfoque pragmático abogaban, con especial énfasis, por la regulación de las relaciones laborales, por el sufragio universal, por la extensión de la sanidad y, sobre todo, por el apoyo a la educación. Y es que los “fabianos” estaban y están convencidos de que una ciudadanía educada es la mejor arma frente a la opresión y la tiranía.

Desde una perspectiva histórica podría decirse que la Sociedad Fabiana alcanzó la mayoría de sus objetivos. El sufragio universal está implantado en todas las sociedades occidentales democráticas y el Estado del bienestar, una realidad en Europa desde 1945, responde a muchas de las inquietudes que impulsaron su nacimiento.

Sin embargo, la Sociedad Fabiana inglesa no se ha disuelto. Nuevos retos, nuevas metas se dibujan en un horizonte plagado de incógnitas. Y es que la Sociedad Fabiana es, ante todo, un método de aproximación a los problemas, mediante el debate y la investigación científica.

Podría pensarse que el espíritu que inspira a la Sociedad Fabiana desde sus orígenes resulta especialmente adaptado a la flema británica y es menos compatible con la impetuosidad mediterránea. Y es cierto que algún intento anterior en nuestro país no llegó a arraigar, pero no podemos asumir, como inevitable, que nuestro temperamento nos inhabilita para la reflexión pausada y el debate. Sería demasiado triste.

3. Estamos convencidos, por el contrario, de que en nuestra sociedad tiene cabida el debate racional en la búsqueda de soluciones para los grandes problemas de hoy. Esa es la respuesta a la pregunta no formulada, pero latente, de qué sentido tiene importar la idea de una sociedad nacida en el siglo XIX a nuestro siglo XXI. Queremos ser, como es desde sus orígenes la Sociedad Fabiana inglesa, un “thinks tank”, un laboratorio de ideas, un grupo de reflexión, sobre las cuestiones que se plantean hoy a la sociedad.

Ahora bien, una vez reconocida la paternidad de la idea, se impone trabajar en la búsqueda de los instrumentos y las vías que faciliten su aplicación. En efecto, los casi 150 años transcurridos desde aquel lejano 1884 han cambiado el mundo y el modo de entenderlo. Muy especialmente, la irrupción de las nuevas tecnologías ha alterado nuestra forma de comunicarnos. De tal modo que hemos de ser capaces de transformar las conclusiones que alcancemos en mensajes directos y claros con capacidad para abrirse camino en un mundo virtual de eslóganes e imágenes que se imponen, por encima del raciocinio. En ello estamos.

4. Según sus Estatutos, los fines de la Sociedad Fabiana española se  definen básicamente como vías a seguir para fortalecer una democracia sólida, exigente y activa, basada en el respeto a la ciudanía y en la atención a sus problemas reales. Solo así lograremos una sociedad más justa, igualitaria, tolerante y solidaria.     

Un objetivo (meta ideal, siempre en el horizonte) que se ha de alcanzar promoviendo los valores de libertad, igualdad, solidaridad y justicia social, a través de la educación política de los ciudadanos.

En este último plano, el de la educación política (o si me apuran el de la educación a secas), como ya he apuntado, nunca insistiremos bastante. Se dice que, cuando se debatía en el Parlamento británico la obligatoriedad de la educación pública gratuita (en 1891), un lord inglés se opuso argumentando que él “nunca enseñaría a leer al caballo que iba a montar”. Creo que si “non e vero, e bien trovato”, porque la frase resume con crudeza –y a contrario- las razones por las que, si no queremos ser oprimidos, tenemos que luchar por una educación de calidad, que llegue a todos. Y ésa solo puede ser la educación pública que responde a la idea de que la educación es un derecho, no un privilegio de los económicamente fuertes. Por eso, porque solo una educación universal de calidad garantiza una ciudadanía libre, su defensa es finalmente la defensa de la democracia.

Pues bien, para alcanzar sus objetivos, la Sociedad Fabiana aspira a ser una plataforma desde la que impulsar la reflexión teórica sobre todos los problemas -antiguos y más recientes- que asolan a nuestra sociedad. Por esta vía quiere contribuir a la construcción del pensamiento crítico indispensable para abordar los retos a los que nos enfrentamos.

Trabajos de investigación y laboratorios de ideas, seguidos de seminarios, conferencias y debates, que buscaremos que estén presentes en las redes sociales, son algunos de los medios con los pretendemos contribuir a la consecución de esa sociedad “más justa” que, a modo de utopía nos moviliza

Se trata, en suma, de coadyuvar a la reflexión política tan necesaria pero tan difícil de hacer desde la política activa. Y es que, como sabe cualquiera que haya tenido una responsabilidad de gestión, cuando estás obligado a actuar, lo urgente termina imponiéndose a lo importante. Así las soluciones a las grandes cuestiones no pasan de ser “parches” de urgencia que no terminan de acometer los planteamientos de “calado” que posiblemente exigirían. Contribuir a paliar ese déficit de reflexión es un objetivo por el que vale la pena esforzarse. Problemas que acucian a nuestra sociedad (como el acceso a la vivienda, la gestión de los flujos migratorios o la crisis de representatividad en los sistemas democráticos, y tantos otros) exigen de exámenes profundos, alejados de los focos mediáticos.

5. Somos conscientes de las dificultades que encontraremos en un camino difícil en el que existen claros síntomas de crisis de la democracia parlamentaria. Precisamente porque tales hechos nos preocupan, porque no creemos que respondan a banales anécdotas puntuales, creemos que debemos movilizarnos ahora, en este preciso momento. Tal vez sea tarde, pero más tarde será mañana.  

Como ha señalado el profesor Cámara, el ascenso de los populismos y la polarización en el entorno global de una economía neocapitalista que incrementa las desigualdades y otorga gran poder e influencia de facto a élites globales a consta de los Estados, relativiza el poder compensador/transformador de la acción política y potencia el desapego de los ciudadanos.

En este contexto, la canalización racional de los conflictos y la articulación del pluralismo, funciones esenciales en una sociedad abierta y democrática, se resienten por una serie de crisis sucesivas, desde la crisis financiera de 2008 hasta la generada por la pandemia del COVID. Crisis que no son ajenas a la incidencia de internet y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Fenómenos a los que ya hay que sumar la eclosión acelerada de la IA, sin controles eficaces de los sistemas inteligentes y de los algoritmos que los alimentan.

Es este un panorama que arroja más sombras que luces sobre nuestra salud democrática, haciendo tambalearse identidades y opciones ideológicas y políticas. Puede decirse que gracias a las nuevas tecnologías tenemos al alcance de la mano más “datos” que en ningún otro momento de la Humanidad, mientras crece el sentimiento de que seguimos tan desinformados como siempre. Salvo que asumamos de manera acrítica que la única verdad, la única “realidad” es la que nos ofrecen las noticias filtradas por el algoritmo y que, poco o nada tiene que ver con la “realidad” que se le ofrece al vecino.

Así la segmentación se añade a la polarización extrema de actores políticos, medios de comunicación y redes sociales, que termina dibujando una sociedad atomizada e insegura. Especialmente insegura –y es ésta una idea en la que quiero insistir- porque hemos perdido, en buena medida, la capacidad de distinguir entre la verdad y la mentira. Ya a mediados del siglo pasado, la filósofa HANNAH ARENDT nos advertía sobre la banalidad del mal, señalando que la mentira generalizada, la divulgación de datos sin contrastar, no busca necesariamente la aceptación de una mentira concreta, pero  termina traduciéndose en que “nadie crea en nada”. Ahora bien, un pueblo que es incapaz de pensar y juzgar está, sin saberlo ni quererlo, sometido al imperio de la mentira. Con gente así, concluía Hannah Arendt, puedes hacer lo que quieras.

6. Ante este estado de cosas, la apuesta de la Sociedad Fabiana española por la investigación, el debate sosegado y la difusión de conocimientos puede resultar ingenua, pero son las armas de que disponemos; las que vamos a usar para promover el socialismo democrático, que debe caracterizar el futuro que pensamos.

Ello implica la asunción del rico bagaje del pensamiento humanista, tan firmemente conectado con la defensa de los derechos humanos. Derechos del individuo, de cada individuo, frente al poder de los Estados, en momentos en que éstos, los Estados, tenían el monopolio del uso de la fuerza. En un momento histórico ese monopolio supuso un elemento pacificador frente a la fragmentación del poder medieval.

Pero, era evidente que la concentración del poder podía llegar a aplastar a la persona. De ahí la lucha por la afirmación de sus derechos frente al Estado. Primero, serán los derechos frente a la acción del Estado, al que se le pide que no actúe (que no me quite la vida, que no me torture, que no invada mi domicilio); más adelante, serán los derechos que, por el contrario, requieren para su desarrollo de la actuación de los poderes públicos (son los derechos sociales, como la educación, la vivienda o la sanidad).

Ahora bien, este esquema tan claro se oscurece a medida que los poderes estatales se ven minados por poderes económicos fácticos que escapan a todo control democrático. La prueba más evidente la tenemos en tantos Estados que pueden considerarse fallidos (p.ej. Libia, Sudan del Sur…); pero el fenómeno se aprecia también en los Estados más consolidados.

Ante esta situación propugnamos un pensamiento “activo”, es decir, de un pensamiento que aspira a verse proyectado en acciones y con voluntad transformadora que, sin embargo, no debería añadir polarización a la polarización existente. Por eso, en su reflexión la Sociedad Fabiana buscará incorporar el máximo de opiniones posible. En otras palabras, nos gustaría que la Sociedad Fabiana fuera un foro abierto, en el que el dialogo entre diferentes fuera posible. Nos gustaría, pues, ser más puente que barrera. De ahí que sea tan importante seleccionar adecuadamente los métodos a seguir si queremos contribuir a  construir esa sociedad tolerante y plural en la que pensamos.

Cuando damos estos primeros pasos, no sabemos si es posible, pero hemos de intentarlo. Las únicas batallas que se pierden siempre son las que no se dan. Por lo demás la alternativa, no es nada halagüeña: el aislamiento orgulloso en las propias convicciones puede resultar, tal vez, reconfortante, pero es con toda probabilidad la expresión más depurada de egoísmo estéril. Atrevámonos a contrastar nuestras ideas. Tal vez convenzamos a alguien; tal vez alguien nos convenza. En todo caso, el mero hecho de dialogar nos devolverá al ágora que alumbró los principios básicos de la democracia que todos decimos defender. Hagámoslo realidad.

Muchas gracias por su atención.